Que te roben es feo, pero que te roben algo que no es tuyo creo que es peor. No sé, te sentís mal por el dueño, culpable... Mi madre me había prestado un libro para entretenerme en el viaje de Montevideo a Colonia. Por más atrapante que estaba la historia, no pude evitar quedarme dormida: el ómnibus había partido a las 7:45. Al llegar a la terminal de Colonia cuando me desperté, ni la mujer que se sentaba a mi lado ni “La Hermana Menor” de Raymond Chandler estaban junto a mí.
¡Qué rabia! ¡Un libro! No solo me habían robado algo de mi madre, sino que además no podía saber cómo seguía el cuento policial. ¿Podía empeorar el día? Sí, mucho más…
Al recibirme en la terminal mi novio trató de calmarme argumentando que los libros se compran de nuevo, que no era tanto drama. Tenía razón, no podía estar tan enojada. Además, no iba a dejar que el mal humor arruinara nuestro fin de semana juntos. Me sugirió ir al hotel a dejar las cosas y después salir a almorzar por la parte histórica de la ciudad.
“Acá vine anoche con mis padres, es muy lindo y rápido, se especializan en minutas”. Estábamos en la puerta de Colonia Rock, un restorán ubicado en una esquina mirando a dos plazas y la rambla. Entramos: era muy bonito, decorado de una manera similar a los Hard Rock Cafés, pero sin perder los detalles coloniales de la edificación. Tenía un patio interno bastante amplio e iluminado y un pequeño escenario, donde de vez en cuando distintas bandas se presentaban por las noches.
Como el día estaba bonito decidimos sentarnos afuera, igual que todos los comensales que estaban en ese restorán. Yo estaba famélica. Después del viaje y del mal humor por el robo lo único que quería era disfrutar de una comida sabrosa con una gran vista y una brisita tranquilizadora. Pero no todo es posible.
Después de unos diez minutos una de las únicas dos mozas decidió darse cuenta que aún no habíamos sido atendidos. Vino hasta nuestra mesa y nos dio los menús. Pasaron otros diez minutos hasta que volvió por nuestros pedidos. “Sería, una muzza común para él, otra con dos gustos: huevo rallado y palmitos para mí, unas fritas y una Fanta para compartir”. Le costó un poco comprender qué era lo que yo quería, así que le repetí “de la muzzarella que viene con dos gustos, quiero que uno sea huevo rallado y el otro palmitos”. Vi que lo anotó y se fue.
El refresco fue lo primero que nos trajeron, una Fanta de 283 ml. para los dos. Quince minutos después no aguantamos más el calor, así que hicimos a un lado nuestro plan de no tomar nada hasta que llegara la comida. Cinco minutos más y la comida por fin llegó. Una muzza para Agustín y otra con huevo rallado, palmitos y jamón para mí.
¿Jamón? Yo no pedí jamón. Era una muzza con dos gustos, no tres. “Disculpá, la mía tiene jamón”. “¡Uy, te la hicieron con jamón! Perdoná, ya te la cambio”. ¿Otra vez esperar tanto por la comida? Yo estaba muerta de hambre, por lo menos podía picar las fritas hasta que volviera. ¡Ah! No, no las había traído. “Comé de mi muzza amor”. Mi novio me acercó su plato. “No gracias, empezá vos que ya traen la mía”.
Agus prefirió esperarme, pero fue una mala elección. Para cuando trajeron mi comida la suya ya se había enfriado. Por suerte esta vez sí vinieron las fritas. ¡Al fin! ¡Mi comida! Una muzza con huevo rallado, palmitos y jamón.
No lo podía creer, había algo en el ambiente que no quería que yo comiera. “Mirá, me vino de nuevo con jamón”. La moza me miró como si yo le estuviese diciendo una incoherencia. “Sí, ésta viene con jamón”. Odio citar a mi hermana con esta frase, pero no hay otra: ¡¿ES JODA?! “No, yo la pedí con huevo rallado y palmitos”. “Sí, esta mitad es la de huevo y esta otra es la de palmitos”. Miré mi comida y la miré de nuevo. “De eso me di cuenta, pero entre el queso y la pizza hay jamón y yo no pedí jamón”.
Ella tomó el plato, lo observó y mirándome como si me costara entender algo básico dijo: “es que ésta viene con jamón”. ¿Me estaba tomando el pelo? No solo estaba afirmando algo totalmente absurdo, sino que ya me lo había dicho.
-No nos estamos entendiendo. Yo pedí dos gustos, no tres.
-Ya sé, pero todo lo que viene con palmitos viene con jamón.
-¿Y eso? ¿Desde cuándo?
-Desde siempre, acá es así.
-Sí, pero ésta es la primera vez que vengo, ¿cómo voy a adivinarlo? Así como viene con jamón podría venir con lechuga, o con sardinas.
Ella se rió como si le acabara de decir que habían monos con polleras bailando en la plaza. En un tono sobrador me aclaró: “no, simplemente viene con jamón”. La verdad es que no gusta, desde los siete años que no como jamón. No acostumbro mentir, pero en ese momento mi paciencia se estaba colmando. “Mirá, yo soy alérgica al jamón”.
-Ah, si sos alérgica no podés comer nada de esto porque está contaminado.
-¿Me vas a decir a mí? Si es regla de la casa me tendrías que haber avisado.
-¿Pero cómo voy a adivinar que sos alérgica? Tendrías que haberla pedido sin jamón.
-¡Me caigo y no me levanto! ¡Por eso te pedí con huevo y palmitos, nunca te la pedí con jamón!
No quería entenderlo, simplemente no quería porque no se puede ser tan, tan, tan así. Suspirando como si yo fuese la clienta más insoportable de su vida revoleó los ojos y me preguntó: “bueno, entonces ¿qué querés que te traiga?”. No, ya era demasiado. “Nada, me voy a comer las fritas y listo, gracias”. No iba a pedir otro plato para que después de veinte minutos me trajera algo que no había pedido.
Con bronca terminé el almuerzo, fuimos hasta la caja a pagar y nos fuimos a caminar por la calle principal. ¿Nunca les pasó de ponerse a pensar sobre lo sucedido y que se les ocurrieran mejores cosas para decir que las que ya dijeron? Pues eso me pasó en el camino de regreso al hotel. Si tenía tan clara la regla del jamón ¡¿para qué se había llevado la muzza en primer lugar?! ¡¿Por qué no me dio su discurso la primera vez que trajo el plato?!
Si van a Colonia con tiempo, poca hambre y tienen ganas de practicar lógica y oratoria, ya saben adónde ir.